miércoles, 25 de junio de 2014

Diario de Atris, El Errante. Capítulo I – Entrada II: Descenso a las profundidades de Helgen.




Aunque el rugido de aquel ser seguía helándonos la sangre, parecía estar entretenido con el recibimiento que se le estaba dando en el exterior. Parecía que la torre y el resto de construcciones más cercanas se utilizaban como celdas y almacenes. Al fondo de la sala, junto a una mesa, yacía un colega de Ralof. Este se dirigió corriendo hacia el, pero ya hacía un rato que no se podía hacer nada por el joven. Ralof dedico una breve plegaria al alma de su compañero y tras ello, compartió emociones conmigo. Tampoco el daba crédito a los acontecimientos y la visión de aquel ser procedente de tiempos remotos parecía haber alterado sus nervios. Se permitió ese momento de exaltación antes de volver a lo pragmático, indicarme que me acercara, para liberarme de mis ataduras y seguidamente invitarme a coger las pertenencias de su compañero, dado que no las echaría en falta. Reacio en un primer momento, finalmente me enfundé con el atuendo de los capas de la tormenta. La llave seguía en su sitio, pero en vez de un calzado harapiento ahora eran unas altas y gruesas botas de piel lo que ocultaban el falso vendaje.

No había forma aparente de pasar a las dependencias internas, más allá de la sala donde nos encontrábamos y Ralof comenzó a desesperarse. Podía notar como el hecho de perder la calma no era algo normal en su persona. Las circunstancias que nos envolvían eran suficientemente extraordinarias como para poner nervioso a un nord taimado. Había otras dos puertas más aparte de la misma entrada de la torre. Una de ellas estaba cerrada con llave y la otra solo se podía abrir desde el otro lado de la puerta. Mal asunto. Se escucharon pasos y vimos a la capitana de la guardia acercarse por el pasillo junto a un soldado. Nos pegamos a la pared. Ralof desenfundó dos hachas de mano. Yo preparé mis conjuros de llamas  algo más apartado de la puerta. Fue muy rápido. Cuando me quise dar cuenta, la capitana y el soldado estaban muertos, en el suelo. Mientras Ralof inspeccionaba el cadáver de la capitana, yo hacía lo propio con el del soldado. Su armadura era tachonada, sus botas algo mejores que las que llevaba, los brazales podrían servirme… Según lo pensaba iba despojándolo de sus atuendos. No me sentía cómodo vistiendo como un soldado imperial, pero si me sentía más tranquilo sabiéndome bien equipado, y en ese momento lo estaba. Tomé la espada como trofeo y mientras lo hacía, Ralof me informó que había encontrado una llave. Abrió la puerta que permanecía cerrada y me alentó, por enésima vez en aquel día, para que le siguiese.


Bajamos un nivel, me dio tiempo de ver a unos soldados aproximarse hasta que el techo entre ellos y nosotros se derrumbó. Por un momento temí que no hubiera salida, pero cuando el polvo levantado por los escombros se asentó, nos dimos cuenta de la puerta que teníamos a nuestro costado. Ralof abrió y yo le seguí. Otros dos soldados muertos en cuestión de segundos. Les registré y Ralof me informó que estábamos en un almacén, que tomara todo cuanto creyese oportuno. Las capas de los soldados, algunas pociones, cuencos llenos de sal, un puñado de monedas y una tiza fue el botín que saqué del almacén. Y vino, también tome dos botellas de vino. Pensaba celebrar nuestra exitosa huida de producirse esta. Ralof me esperaba, montando guardia en la siguiente puerta. Abrimos y comenzamos a bajar otro nivel. Se escuchaba combate, magía y metal y nos preparamos para lo que fuese. Llegamos tarde para salvar a una compañera de Ralof, pero justo a tiempo para ayudar a otro compañero suyo a acabar con el carcelero y su ayudante. Tras el combate Ralof se interesó por el paradero de Ulfric pero su compañero no le había visto desde el incidente del dragón. Nos encontrabamos en una habitación con varias celdas. Inspeccionamos la sala, tomamos lo que creímos oportuno y continuamos nuestra andadura, cada vez más abajo. Tras bajar otro nivel y pasar por una pequeña sala de torturas de la que prefiero no acordarme, continuamos la huida. Volvimos a escuchar voces delante. Esta vez éramos tres y el factor sorpresa corría a nuestro favor. Me adelante a mis dos compañeros, corriendo y atrayendo hacía a mí todas las posibles miradas. En un momento me di cuenta que había aceite vertido en el suelo y varios soldados lo pisaban. Al momento esos soldados ardían. La armadura me salvó de varios tajos y flechazos. Esta vez la lucha se hizo más encarnizada. Me quedé sin reservas de mágia y tuve que rematar al último de los soldados con un bastón de escarcha que había recogido de las manos de la compañera de Ralof muerta en las celdas, varios pisos arriba. Al final del combate los tres seguíamos vivos y sin ninguna herida que mereciese ser tratada en el acto. Por mi parte, me pude hacer de un arco de uno de los soldados y una aljaba con un puñado de flechas. El compañero de Ralof se ofreció a guardar la zona, por si venían más soldados imperiales o compañeros suyos huidos. Nosotros seguimos el camino, abriendo una puerta levadiza. A ese punto cada vez se hacían menos visibles las manos humanas en la construcción. Nos adentramos en unas cuevas naturales, siguiendo el curso de un pequeño riachuelo que circulaba bajo la tierra. El techo volvió a sacudirse con fuerza tras nosotros y otro derrumbe hizo que nos separásemos definitivamente del compañero de Ralof. Tendrían que buscar otra salida, y a nosotros no nos quedaba más remedio que seguir hacia delante. El curso del riachuelo quedaba bloqueado al camino a unos sesenta pasos de donde estábamos así que seguimos por otro corredor. No tardamos en darnos cuenta que nos acercábamos a un nido de arañas gigantes. Ralof volvió a adelantarse, le gustaba el combate cuerpo a cuerpo y manejaba las dos hachas como si formaran parte de su cuerpo. Yo tuve la oportunidad de poner a prueba mis habilidades con el arcó, de no muy buena factura, pero bastante efectivo por lo que pude comprobar. Cuando la última de las arañas cayó, me acerqué a Ralof, que guardaba las hachas diciendo, más para el que para mí: «Demasiados ojos, son demasiados…». Me entretuve unos minutos arrancando las vesículas de las arañas y registrando todos los nidos. No era una labor agradable, pero el veneno y los huevos de araña podrían se de utilidad en un futuro. Proseguimos nuestro camino, cada vez más abajo. Volvimos a dar con el curso del riachuelo. Ralof paró en seco y se agachó. Yo le imité. Al fondo de donde nos encontrábamos, un oso cavernario dormitaba. Me aconsejó que pasáramos, pegados al otro lado de la cueva, con sumo sigilo, pero no me pude resistir. El pelaje de aquel oso podría servirme de capa y tenía a un nord de compañero de viaje que manejaba las hachas como no había visto a nadie. El primer flechazo despertó al oso, y tuve la oportunidad de lanzar una segunda flecha antes de que nos localizara y se abalanzase contra nosotros, ya mal herido. Ralof terminó de rematar al animal. No parecía interesado en la piel del oso. Yo no me lo pensé dos veces: despellejé al animal lo más rápido que pude y cuando hube terminado, hice un gesto a Ralof, que me miraba entre asombrado y curioso, para proseguir nuestro camino. No solo habíamos bajado, sino que habíamos dado con un sistema de cuevas naturales y a unos cien pasos del incidente del oso, la luz resplandeciente del exterior se colaba entre las rocas. Habíamos encontrado la salida de Helgen.



No hay comentarios:

Publicar un comentario