Aunque el rugido de aquel ser seguía
helándonos la sangre, parecía estar entretenido con el recibimiento que se le
estaba dando en el exterior. Parecía que la torre y el resto de construcciones
más cercanas se utilizaban como celdas y almacenes. Al fondo de la sala, junto
a una mesa, yacía un colega de Ralof. Este se dirigió corriendo hacia el, pero
ya hacía un rato que no se podía hacer nada por el joven. Ralof dedico una
breve plegaria al alma de su compañero y tras ello, compartió emociones
conmigo. Tampoco el daba crédito a los acontecimientos y la visión de aquel ser
procedente de tiempos remotos parecía haber alterado sus nervios. Se permitió
ese momento de exaltación antes de volver a lo pragmático, indicarme que me
acercara, para liberarme de mis ataduras y seguidamente invitarme a coger las
pertenencias de su compañero, dado que no las echaría en falta. Reacio en un
primer momento, finalmente me enfundé con el atuendo de los capas de la
tormenta. La llave seguía en su sitio, pero en vez de un calzado harapiento
ahora eran unas altas y gruesas botas de piel lo que ocultaban el falso vendaje.
No había forma aparente de pasar a las
dependencias internas, más allá de la sala donde nos encontrábamos y Ralof
comenzó a desesperarse. Podía notar como el hecho de perder la calma no era
algo normal en su persona. Las circunstancias que nos envolvían eran
suficientemente extraordinarias como para poner nervioso a un nord taimado.
Había otras dos puertas más aparte de la misma entrada de la torre. Una de
ellas estaba cerrada con llave y la otra solo se podía abrir desde el otro lado
de la puerta. Mal asunto. Se escucharon pasos y vimos a la capitana de la
guardia acercarse por el pasillo junto a un soldado. Nos pegamos a la pared.
Ralof desenfundó dos hachas de mano. Yo preparé mis conjuros de llamas algo más apartado de la puerta. Fue muy
rápido. Cuando me quise dar cuenta, la capitana y el soldado estaban muertos,
en el suelo. Mientras Ralof inspeccionaba el cadáver de la capitana, yo hacía
lo propio con el del soldado. Su armadura era tachonada, sus botas algo mejores
que las que llevaba, los brazales podrían servirme… Según lo pensaba iba
despojándolo de sus atuendos. No me sentía cómodo vistiendo como un soldado
imperial, pero si me sentía más tranquilo sabiéndome bien equipado, y en ese
momento lo estaba. Tomé la espada como trofeo y mientras lo hacía, Ralof me
informó que había encontrado una llave. Abrió la puerta que permanecía cerrada
y me alentó, por enésima vez en aquel día, para que le siguiese.
Bajamos un nivel, me dio tiempo de ver a
unos soldados aproximarse hasta que el techo entre ellos y nosotros se
derrumbó. Por un momento temí que no hubiera salida, pero cuando el polvo
levantado por los escombros se asentó, nos dimos cuenta de la puerta que
teníamos a nuestro costado. Ralof abrió y yo le seguí. Otros dos soldados muertos
en cuestión de segundos. Les registré y Ralof me informó que estábamos en un
almacén, que tomara todo cuanto creyese oportuno. Las capas de los soldados, algunas
pociones, cuencos llenos de sal, un puñado de monedas y una tiza fue el botín
que saqué del almacén. Y vino, también tome dos botellas de vino. Pensaba
celebrar nuestra exitosa huida de producirse esta. Ralof me esperaba, montando
guardia en la siguiente puerta. Abrimos y comenzamos a bajar otro nivel. Se escuchaba
combate, magía y metal y nos preparamos para lo que fuese. Llegamos tarde para
salvar a una compañera de Ralof, pero justo a tiempo para ayudar a otro compañero
suyo a acabar con el carcelero y su ayudante. Tras el combate Ralof se interesó
por el paradero de Ulfric pero su compañero no le había visto desde el incidente
del dragón. Nos encontrabamos en una habitación con varias celdas. Inspeccionamos
la sala, tomamos lo que creímos oportuno y continuamos nuestra andadura, cada
vez más abajo. Tras bajar otro nivel y pasar por una pequeña sala de torturas
de la que prefiero no acordarme, continuamos la huida. Volvimos a escuchar
voces delante. Esta vez éramos tres y el factor sorpresa corría a nuestro favor.
Me adelante a mis dos compañeros, corriendo y atrayendo hacía a mí todas las
posibles miradas. En un momento me di cuenta que había aceite vertido en el
suelo y varios soldados lo pisaban. Al momento esos soldados ardían. La
armadura me salvó de varios tajos y flechazos. Esta vez la lucha se hizo más
encarnizada. Me quedé sin reservas de mágia y tuve que rematar al último de los
soldados con un bastón de escarcha que había recogido de las manos de la compañera
de Ralof muerta en las celdas, varios pisos arriba. Al final del combate los
tres seguíamos vivos y sin ninguna herida que mereciese ser tratada en el acto.
Por mi parte, me pude hacer de un arco de uno de los soldados y una aljaba con
un puñado de flechas. El compañero de Ralof se ofreció a guardar la zona, por
si venían más soldados imperiales o compañeros suyos huidos. Nosotros seguimos
el camino, abriendo una puerta levadiza. A ese punto cada vez se hacían menos
visibles las manos humanas en la construcción. Nos adentramos en unas cuevas
naturales, siguiendo el curso de un pequeño riachuelo que circulaba bajo la
tierra. El techo volvió a sacudirse con fuerza tras nosotros y otro derrumbe
hizo que nos separásemos definitivamente del compañero de Ralof. Tendrían que
buscar otra salida, y a nosotros no nos quedaba más remedio que seguir hacia delante.
El curso del riachuelo quedaba bloqueado al camino a unos sesenta pasos de
donde estábamos así que seguimos por otro corredor. No tardamos en darnos
cuenta que nos acercábamos a un nido de arañas gigantes. Ralof volvió a
adelantarse, le gustaba el combate cuerpo a cuerpo y manejaba las dos hachas
como si formaran parte de su cuerpo. Yo tuve la oportunidad de poner a prueba
mis habilidades con el arcó, de no muy buena factura, pero bastante efectivo
por lo que pude comprobar. Cuando la última de las arañas cayó, me acerqué a
Ralof, que guardaba las hachas diciendo, más para el que para mí: «Demasiados
ojos, son demasiados…». Me entretuve unos minutos arrancando las vesículas de
las arañas y registrando todos los nidos. No era una labor agradable, pero el
veneno y los huevos de araña podrían se de utilidad en un futuro. Proseguimos
nuestro camino, cada vez más abajo. Volvimos a dar con el curso del riachuelo.
Ralof paró en seco y se agachó. Yo le imité. Al fondo de donde nos encontrábamos,
un oso cavernario dormitaba. Me aconsejó que pasáramos, pegados al otro lado de
la cueva, con sumo sigilo, pero no me pude resistir. El pelaje de aquel oso
podría servirme de capa y tenía a un nord de compañero de viaje que manejaba
las hachas como no había visto a nadie. El primer flechazo despertó al oso, y
tuve la oportunidad de lanzar una segunda flecha antes de que nos localizara y
se abalanzase contra nosotros, ya mal herido. Ralof terminó de rematar al
animal. No parecía interesado en la piel del oso. Yo no me lo pensé dos veces:
despellejé al animal lo más rápido que pude y cuando hube terminado, hice un
gesto a Ralof, que me miraba entre asombrado y curioso, para proseguir nuestro
camino. No solo habíamos bajado, sino que habíamos dado con un sistema de
cuevas naturales y a unos cien pasos del incidente del oso, la luz resplandeciente
del exterior se colaba entre las rocas. Habíamos encontrado la salida de
Helgen.
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