jueves, 3 de julio de 2014

Diario de Atris, El Errante. Capítulo I – Entrada III: Cauce Boscoso.




El aire limpio de aquellas tierras volvió a llenar mis pulmones. Inspiré profundamente, cerrando los ojos y levantando la cabeza hacia el cielo. Oí el sonido de las alas sobre nosotros y, por un momento, el pánico se apoderó de mí. Ralof y yo nos agachamos instintivamente, mirando temerosos al cielo. La bestia se alejaba del lugar. Esperamos hasta que su silueta desapareció en el horizonte y, más calmados tras esperar un rato y no ver de nuevos signos de aquel ser, empezamos a caminar por un sendero que parecía culebrear cuesta abajo. Durante el camino, Ralof me comentó que su hermana vivía en Cauce Boscoso, que estaba a muy poco de donde nos encontrábamos y que seguro que nos ayudaría. Conocía la zona, así que le seguí. Me fui parando y recogiendo diferentes hierbas y flores de aquella zona, no todas las veces que hubiese querido, pero no estaba solo y tampoco nos convenía demorarnos cerca de Helgen. Estaba seguro que aquellas plantas me serían pronto de utilidad. Ralof no se molestó por mis paradas y yo lo agradecí en mi interior.

Hizo un alto para señalarme un túmulo, unas antiguas ruinas de aspecto siniestro que se podían ver desde nuestra posición en una montaña no muy lejana, frente a nosotros, cruzando el río que se escuchaba y al que con toda seguridad daba el camino que estábamos siguiendo. No se explicaba cómo su hermana podía vivir tan cerca de un sitio como aquel. Me propuso que le acompañara en los días siguientes a Ventalia y que me uniese a la causa de los capas de la tormenta. Le agradecí la confianza, pero rechacé la invitación, alegando que, aún habiendo visto cómo se comportaba el imperio en aquellas latitudes, otros motivos me habían traído a aquellas tierras y que debía atender primero a estos. No se molestó tampoco por ello, y volví a agradecerlo en mi interior.
El camino comenzó a correr de manera paralela al cauce del río que ya se escuchaba arriba en el camino, quedando las montañas a nuestra derecha. No tuvimos percances en nuestro camino, a excepción de un par de lobos grises, de los que dimos buena cuenta. Antes de que el sol estuviese en lo alto, habíamos llegado a Cauce Boscoso.

El poblado no era grande, estaba guardado por unas pequeñas fortificaciónes en la entrada y la salida del mismo, las casas y edificaciones se disponían al borde del camino y no mucho más allá, pero a pesar de ello, no eché de menos infraestructuras básicas. A primera vista se podían ver y oir sonidos de talleres de cuero, el aserradero, la fragua, hornos, un puñado de pequeños comercios y hasta una posada. Fui tomando nota mental de todo ello mientras nos dirigimos al aserradero. Allí, Gerdur, la hermana de Ralof nos recibió. Ya habían llegado los rumores de la captura de Ulfric. Tras unos instantes de emoción contenida y nervios, llamó con un grito a su marido, que se encontraba trabajando allí también, para que se reuniese con nosotros y nos llevó a una zona, a pocos metros del aserradero pero lo suficientemente retirada como para poder hablar con calma. Ralof contó la historia que yo ya conocía y Gerdur y su marido escucharon con asombro. Ralof se disculpó por traernos hasta allí, estaba exponiendo a su familia, pero Gerdur fue tajante: Nada de disculpas, tanto su hermano como su acompañante, un servidor, éramos bien recibidos. Se giró hacia a mí agradeciendo que hubiese traído a su hermano de una pieza. Quise responder diciendo que más bien había sido al contrario pero me interrumpió dándome la llave de su casa y echando mano de unos sacos que había allí, me ofreció comida bebida y hasta alguna joya por si tenía que venderlas para conseguir algo de dinero. Agradecí el gesto, pero le dije que las joyas estaban mejor con su actual dueña aunque, para no ser descortés tome algunas piezas de comida, así como una botella de aguamiel, otra de vino y varias pociones. Les indiqué a los tres que ese mismo día pondría rumbo a Carrera Blanca, pues tenía que atender a unos asuntos allí. Entonces Gerdur me pidió, si podría avisar al jarl de Carrera Blanca acerca del dragón. Tenía la esperanza que el jarl mandase algunas tropas a la zona, a proteger la aldea. Se lo prometí, así como les prometí que me iría pasando, siempre que me fuera posible por allí, agradeciéndoles el trato y la hospitalidad. Ellos pusieron rumbo a casa de Gerdur y de su marido y yo me quedé sentado un rato, en el mismo tocón en el que se había sentado Ralof para contar nuestras últimas aventuras, dando buena cuenta de un trozo de pan y un trozo de queso de las viandas que Gerdur me acababa de ofrecer. 

Recuperé fuerzas mientras disfrutaba de un momento de apacible tranquilidad e intimidad. Aquel sitio me gustaba, me resultaba tranquilizador el sonido del río que pasaba justo al lado del pueblo, el de la noria del aserradero y el del martillo sobre el yunque... Ese último sonido me hizo recordar que tenía cosas que hacer antes de marcharme. Me dirigí a la fragua mientras me comía una manzana. Tenía piezas de armadura, arcos y otras cosas recuperadas de mi última aventura y necesitaba algo de dinero. Tanto el herrero como yo salimos contentos del negocio. Seguidamente me dirigí al comercio de la villa, situada tan solo a unos pasos. Era un extraño allí, quería hacer tratos con quien regentase el negocio y me pareció que la mejor manera de hacerlo era aparecer con una cálida sonrisa. Tras adecentarme un poco, entré rápidamente, con una sonrisa en la boca. Desde fuera no se escuchaba nada, tal vez por los sonidos del exterior pero, sin quererlo, me encontré siendo testigo de una acalorada discusión. La sonrisa desapareció de mi rostro y puse la típica cara que todos ponemos cuando llegamos a un sitio y nos damos cuenta que hemos llegado en el peor de los momentos posibles. Tardaron un instante en percatarse de mi presencia, y pararon la discusión. Eran hombre y mujer; sus rostros me decían que eran naturales de Cyrodiil, y que eran familiares entre si, hermanos con bastante probabilidad. El se disculpo por la escena. Ella, con cara de pocos amigos, me miró y se retiró del mostrador, yéndose a sentar a una silla dispuesta en medio del establecimiento, junto a una pequeña mesa, junto a una hoguera. Me acerqué al tendero, y de la manera más natural que pude, le pregunté si le interesaban unas capas y otras cosas que estaba interesado en vender. La cosa se calmo al poco tiempo y estuvimos comerciando un rato. Cuando el ambiente me pareció lo suficientemente distendido pregunté, como quien no quiere la cosa, si les había pasado alguna cosa para estar tan alterados a mi llegada. Al parecer, unos ladrones habían entrado, apropiándose en exclusiva de la figurilla de una garra de dragón, tallada en de oro macizo. Me ofrecí por si necesitaban ayuda y, aunque un poco incrédulo al principio, el tendero, de nombre Lucan, me prometió una pingüe recompensa si lograba recuperar la garra. Su hermana rió al escuchar la conversación. Al parecer la discusión había comenzado porque ella pretendía ir a recuperarla, cosa que a su hermano, Lucan, no le hacía la más mínima gracia. Si bien en el norte, en Skyrim, hombres y mujeres son considerados igual de capaces, en Cyrodiil no sucede de tal manera. Los hombres suelen ver con malos ojos que las mujeres tomen roles que se salgan de las labores domésticas. Valerius aceptó a regañadientes la oferta de su hermana de, cuanto menos, guiarme hasta el final de Cauce Boscoso y darme las indicaciones pertinentes para que pudiese dirigirme a Las Cataratas Lúgubres (me pregunté cómo sabía Valerius que los ladrones se dirigían allí). Aquel lugar era el que Ralof me había señalado en nuestro camino matutino a Cauce Boscoso.

Agradecí a Valerius su amabilidad por dejar que su hermana me acompañase hasta el final de la aldea mientras ella salía por la puerta. Una vez fuera del comerció se presentó. Su nombre era Camila y parecía una joven bastante capaz de desenvolverse por sí sola. Pero las tradiciones y costumbres pesan, y la sangre pesa más aún.  No abandonaría a su hermano por este tipo de trifulcas. Me señalo la misma montaña y las mismas ruinas que Ralof me había señalado esa misma mañana y comenzamos a andar hacia el final de la aldea. Camila me indicó que tenía la sospecha que aquella garra era una llave que abría alguna puerta importante dentro de las ruinas, y que los ladrones querrían dar con dicho botín. Pero también me advirtió que era una locura, que no era ni mucho menos tarea fácil adentrarse en catacumbas antiguas, que seres también antiguos las custodiaban. Me pidió que extremara las precauciones. Llegamos a un puente que cruzaba el río y me dio las indicaciones pertinente para llegar al túmulo. Le explique que tardaría unos dos días en comenzar la aventura, que previamente tenía que llegar a mi casa, descansar y aprovisionarme en Carrera Blanca. Asintió comprendiendo y se despidió de mí, bromeando que si tardaba más de la cuenta su hermano saldría a buscarla. Agradecí el gesto de acompañarme y volvió por donde habíamos venido. Me quedé mirando cómo entraba de nuevo en la aldea y, tras ello, encaré el puente. Si lograba recuperar la garra, no solo tendría una buena recompensa, sino que me habría ganado la confianza de los hermanos y podría contarles mi tarea como miembro de la Sociedad Geográfica. Podrían ser uno de los contactos a tener en cuenta. Me preguntaba si los papeles que me acreditaban como miembro de la Sociedad Geográfica habrían llegado ya  a aquella casa que me esperaba a las afueras de Carrera Blanca. Miré al sol y calculé que me quedaban las horas necesarias para llegar a la casa, por fin… Era el momento de cruzar el puente y poner rumbo a mi nuevo hogar.





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