domingo, 13 de julio de 2014

Diario de Atris, el Errante. Capítulo I – Entrada V: La casa, el Jarl, la coincidencia y el cansancio.




Era el mejor regalo que jamás había recibido: Según se abría la puerta, uno encontraba la sala principal, donde un par de columnas se encargan de sostener y elevar el centro de la misma, la parte más alta de la construcción que en su punto más elevado, llegaba a las cuatro alturas. En la pared de la izquierda barriles de diferentes tamaños, diseñado cada uno para albergar diferentes tipos de armas (de una mano, de dos, cetros y bastones…), En la pared de la derecha un gigantesco armario para organizar piezas de armadura de diferentes clases. Había en este lado, pegada a la esquina, una escalera con la que se subía hasta una trampilla. La trampilla era la puerta de un pequeño ático, con multitud de estanterías repletas de libros, perfectamente clasificados por temas. A ambos lados de la sala principal se encontraba la entrada a sendas alas del edificio y, al fondo, otra habitación. Flanqueando la habitación del fondo, en la misma sala principal, una mesa de encantamiento a la izquierda y , junto a ella, expositores para anillos, diademas, collares y cofres expresamente fabricados para contener gemas de alma. En el otro flanco, una mesa de alquimia rodeada de estanterías con frascos para ingredientes, pociones y venenos.
El ala de la izquierda era un taller y albergaba una pequeña fragua, con su propio horno de fundición, una piedra de afilar, un soporte para curtir pieles y un pequeño rincón para cortar y almacenar leña, así como numerosas estanterías para mantener organizado cualquier tipo de material. El ala de la derecha era más amplia, con seis maniquíes para armaduras a la diestra de la sala y, junto al más cercano, un gran mapa de Skyrim, con bastantes puntos de interés marcados. A la izquierda, en la misma sala, un expositor de dos alturas para armas y escudos que ocupaba toda la pared, al fondo de la sala, multitud de expositores para disponer, supuse, objetos curiosos recogidos durante las aventuras y expediciones de quienes allí se alojasen. En su esquina más apartada, al fondo a la izquierda, había una trampilla en el suelo, que daba a un sótano donde había instalado un sistema mecánico de entrenamiento de arco o ballesta; una serie de dianas móviles que giraban y se ocultaban mediante piezas de metal. 
La habitación del fondo disponía, a mano izquierda, de estanterías para pergaminos, varios cofres, una mesa de estudio y una cama. Sobre la mesa de estudio encontré lo que andaba buscando: los papeles que me acreditaban como miembro de la Sociedad Geográfica, así como normas de uso y mantenimiento de la casa. Respiré tranquilo, sabiendo que había una cosa menos de la que preocuparse. A la derecha, en esa misma habitación, había una pequeña despensa y un botellero; entre ellos, una discreta cocina con un perol colgado sobre el fuego, que en ese momento, permanecía apagado. Oculta entre dos paneles divisores, había otra cama y una pequeña mesita. Estuve tentado de echarme y no volver a abrir los ojos hasta que mi cuerpo se hartase de cama, pero aún quedaban cosas que hacer antes de terminar la jornada. Encontré en un cofre toallas, jabón de lavanda y ropa limpia para ponerme bajo la armadura. La parte trasera de la casa daba al río, al que se bajaba por unas escaleras desde el porche. Dejé la toalla y las ropas sobre una silla. Seguía lloviendo, pero con menos intensidad. Me sumergí en aquellas aguas frías que se llevaron parte de mi cansancio, toda la mugre de varios días no especialmente plácidos y la sangre seca de heridas recientes. Ninguna grave, por suerte.

Mi aspecto era decente, estaba limpio y hasta perfumado, aunque la pechera de la armadura tachonada no podía decir lo mismo. No tenía tiempo para adecentarla, así que, tras dejar todo cuanto no me era necesario en Thornrock y doblar un par de documentos que me acreditaban como miembro de la Sociedad Geográfica, mis pies se dirigieron a Carrera Blanca. La lluvia seguía cayendo cuando salí de mi nueva casa; me percaté que frente a ella veía la colina sobre la cual estaba edificado el palacio del Jarl. Ya era tarde y estaba oscuro cuando entré por las puertas de la ciudad, tras haber informado a los guardias que traía noticias del dragón (ya lo habían visto sobrevolar por la zona) y una petición de ayuda de Cauce Boscoso. 
Apenas me fijé en el lugar, ni en la plaza, ni en el edificio con forma de nave invertida, ni en la estatua de Thalos o el charlatán que sermoneaba al aire junto a ella. Subí las escaleras hasta el palacio del Jarl, siguiendo las indicaciones que me había dado uno de los guardias de la puerta. Empujé aquellas puertas, por las que podía haber pasado sin problema alguno el gigante que ayude a abatir, junto a Los Compañeros. Me parecía que hacía una eternidad de ello, cuando en realidad había sucedido hacía menos de medio día. Y aún no había visto las lunas sobre el firmamento desde que salté por el boquete de una torre con las manos atadas. Los últimos acontecimientos habían sucedido a un ritmo trepidante. Decidí que me merecía un buen descanso cuando volviese a casa. 

La sala central era inmensa. Subí unas escaleras y al fondo vi a un hombre sentado de mala manera en el trono. A su lado varios guardias y otros personajes junto a el, hablando de algo que mi distancia no me permitía escuchar. Me fui acercando por la sala que daba al trono, en cuyo centro se encontraba un gran brasero construido en piedra, sobre el que ardían unas ascuas. El brasero mediría unos dos pasos de ancho por cinco de longitud. Sentí el calor de las brasas sobre mi cara y mi costado. Era una sensación placentera; no me acordaba de haber visto un fuego de aquellas dimensiones dentro de un edificio. En esas estaban mis pensamientos cuando, al apartar la mirada de las brasas, me encontré a un palmo de la cara de una dunmer, pertrechada de armadura de cuero, espada desenvainada cuyo filo apuntaba a mi garganta y cara de pocos amigos. De las diferentes ramas que forman el árbol de la familia de mi especie, los dunmer son… más bien son raíces, no ramas, y tienen la peor fama de entre todos los elfos.
No alcancé a escuchar sus primeras palabras, pero si comprendí el concepto: O tenía una buena razón para acercarme al Jarl o esa noche cenaría acero. Explique mi procedencia de Cauce Boscoso y que Gerdur me enviaba para pedir la ayuda de Carrera Blanca. Su espada dejo de apuntar a mi garganta, bajando a una posición menos amenazadora. Me pidió más información. Parecía que la palabra «dragón» servía como salvoconducto. Era mencionarla y todo el mundo se olvidaba de mi punible intromisión o de mi presunta peligrosidad y comenzaba a interesarse por lo que pudiese decir.
La dunmer me miró asombrada, me dio permiso para acercarme al Jarl y, dando media vuelta hacia el trono, como escoltando mis pasos, envainó su espada. Repasé mentalmente las normas de etiqueta adecuadas para presentarme, pues estaba a punto de hablar con el Jarl de Carrera Blanca, una de las personas más poderosas de todo Skyrim; el jarl me miró e ignoró cualquier protocolo. Sin un saludo siquiera, me preguntó si había estado en Helgen y si había visto al drágon. No se andaba por las ramas, eso me gustaba. Supuse que querría escuchar una respuesta clara y concisa, y eso es lo que le di: «El dragón destruyó Helgen, Cuando lo vi por última vez volaba hacia aquí.». Su cara y su voz reflejaron honda preocupación. Parecía que ya habían estado discutiendo el tema previamente a mi llegada y volvieron a conversar entre ellos: El Jarl, Provenzo (su consejero) e Irileth (nuestra amiga dunmer, guardia personal del Jarl). A Provenzo no le parecía muy buena idea reforzar la muralla de Carrera Blanca ni enviar una guarnición a Cauce Boscoso. Irileth insistía en este segundo punto (lo cual me alegró), pero Provenzo explicó que algún Jarl cercano podría tomarl estas medidas como un acto de anexión a la causa de Ulfric y comenzar una guerra indeseada entre vecinos. El Jarl puso fin a la discusión sentenciando de manera vehemente que cualquier preocupación diferente a la de un dragón asolando su fortaleza y masacrando a su pueblo no tenía cabida en ese momento. Tras ello, dio instrucciones a Irileth para que enviase un destacamento a Cauce Boscoso. A Provenzo no le hizo mucha gracia escuchar la decisión de su Jarl y, con cierto tono que de haber sido yo Jarl no le hubiese consentido, se disculpó y pidió permiso para retirarse. El Jarl hizo un gesto como quien espanta sin ganas una mosca y Provenzo con cara agria marchó. 
Con un tono más relajado, el jarl me agradeció haber llevado la información y me recompensó con una pieza de armadura como la que llevaba, pero limpia y sin estrenar. Se lo agradecí con una sonrisa amable (tenía pensado poner un gesto de respeto y sobriedad, pero el cansancio me lo impedía. Lo máximo que podía hacer era sonreir de manera amable. El Jarl pareció intuir mi estado, y en vez de mirarme con soberbia o desprecio, pareció divertirle. Sopesando unos segundos un pensamiento, me indicó que le acompañase a ver a Fárengar el mago de su corte. Se levantó del trono y yo fui siguiendole hasta unas sala colindante donde se encontraba un personaje con túnica oscura y encapuchado, revisando varios pergaminos. El jarl le dijo al mago que había encontrado a alguien (un servidor) que podría ayudarle con el «proyecto del dragón» y que me contase todos los detalles.
Fárengar estaba buscando un objeto, una tablilla antigua de piedra que parecía estar en el interior de un túmulo «conocido como Las Cataratas Lúgubres». Estuve al punto de echarme a reír, pero me contuve y puse cara de estar sopesando sus palabras. El gesto me llevó al acto: era una coincidencia notable pero, no terminaba de ver el vínculo entre la tablilla de piedra y los dragones, así que tal cual se lo pregunté a Fárengar, el mago tomó la pregunta de muy buen grado, yo diría que hasta contento de que alguien se la formulase, y me explicó que dicha tablilla, se suponía, contenía un mapa de lugares de enterramiento de dragones. Los datos eran razonables pero, ¿quién le había facilitado cierta información?. A dicha pregunta, Fárengar contesto excusándose, indicándome que debía comprender que su fuente se merecía discreción. Acepté su respuesta. El jarl había presenciado la conversación, intercambió unas palabras con Fárengar. Al parecer ambos estaban contentos de que se me encomendase a mi la misión de recuperar la tablilla. El jarl me prometió que, si tenía éxito, sería recompensado. Agradecí su gesto, les indique que me tomaría uno o dos días para descansar y prepararme para la misión y me despedí de ellos tan cortésmente como mi cansancio me permitía.

Salí del palació. La noche había caído y la lluvía no había cesado. Bajé por la escalinata que antes había subido, pase por la misma plaza, con un  gran árbol seco en medio, recorrí el mismo camino que había hecho para hablar con el jarl, de manera inversa. En la puerta principal me encontré a Irileth dando órdenes a varios soldados para que se dirigiesen a Cauce Boscoso. Nuestras miradas se cruzaron, pero ninguno de los dos dijo nada. Salí por las puertas de la ciudad y recorrí el camino de vuelta a casa a medio correr, cruzándome en un par de ocasiones con varias patrullas que me miraron extrañados. Las últimas fuerzas que me quedaban aquel día quería invertirlas en llegar lo antes posible a mi nueva casa. Mientras volvía a casa me di cuenta que no me había acordado de comentar que era miembro de la Sociedad Geográfica. Puede que lo hiciese mañana, puede que cuando regresara de la misión. Lo que era seguro es que no volvería hoy.


Llegué, cerré la puerta, la atranqué sin pensar realmente que fuera necesario, pero lo hice y me fui desnudando, dejando botas, armadura y resto de ropas como migas de pan hasta la cama que había tras el bastidor, junto a la cocina. Mi último pensamiento antes de cerrar los ojos fue que aquel había sido el día más largo e intenso de mi existencia y que posiblemente la noche estaría poblada de pesadillas. Por suerte dormí profundamente, arropado por una manta de lino verde, fina y suave y el olor de las flores que me había parado a recoger en varias ocasiones aquel día.



sábado, 5 de julio de 2014

Diario de Atris, El Errante. Capítulo I – Entrada IV: El camino al nuevo hogar.




Atravesé el puente. Al otro lado había un poste indicando la dirección de varias localidades, supuse, no muy lejanas. A mi izquierda comenzaba una senda que tenía que ser el sendero que me habían indicado a Las Cataratas Lúgubres. A mi derecha el camino seguía hacia Carrera Blanca, con las montañas a mi izquierda y el río a mi derecha. Continué andando, recolectando de nuevo flores y plantas. El paisaje era exuberante, lleno de vida, incluso desde el mismo camino. Algo salió del río, a unos cien pasos de donde estaba. Un alce, un macho adulto. Acababa de darse un refrescante baño, cosa que empezaba a notar que debía de hacer yo también, y no se había percatado de mi presencia. Caminaba tranquilamente por el camino, hacia mi posición. Saqué el arco mientras me pegaba a las rocas. Me dio tiempo a tensar y esperar que apareciese de nuevo en mi campo de visión, a no más de quince pasos. La flecha voló rápidamente, impactando en su cuerpo. Giró y comenzó a correr, alejándose, la herida no era grave, pero le iría debilitando. Volvió de nuevo al río de donde le había visto aparecer un momento antes. Mientras el animal lo cruzaba, no tuve más que acercarme hasta estar de nuevo en una posición ventajosa para el disparo. Volví a tensar el arco cuando el alce salía del río. Disparé una vez, hiriéndolo de muerte; disparé una segunda vez, fallando en aquella ocasión. El tercer disparo acabó con el. Crucé el río para llegar hasta mi pieza. No era muy profundo, pero el curso era rápido ya que, no muy lejos, había unas cataratas. Extremé las precauciones y, mojado, despellejé y corte varias piezas de carne. Lo que no cenara hoy se podría conservar en salazón.

Volví de nuevo a cruzar el río para continuar mi camino. El terreno en la parte izquierda, la que daba a la montaña, estaba repleto de rincones en los que cualquier alimaña o bandido se podría esconder. Añadí una dosis más de cautela a mis pasos tras percatarme de ello. Una pequeña lengua bajaba del monte hasta dar a parar al camino y algo dentro de mí me hizo sacar de nuevo el arco y aproximarme a ella de manera sigilosa. Tuve suerte por partida doble: Había un lobo gris subiendo hacia el monte, dándome la espalda. En aquella ocasión tan solo tuve que usar una flecha para darle muerte. Las pieles podrían servirme para construir y mejorar armas y armaduras, para venderlas o para hacerme una capa o ropas de abrigo. Las pieles eran útiles y no podía desaprovechar la oportunidad de adquirirlas. Durante un rato caminé con el arco en la mano, por si encontraba más piezas, de la naturaleza que fuesen, que tuvieran a bien donar sus pieles a la causa de un bosmer, pero no tuve ya tanta suerte. La montaña de mi izquierda terminaba, dando a un amplio valle. Entre los altos pinos pude distinguir algunas granjas y otras construcciones menores. En medio del valle, fortificada, se divisaba Carrera Blanca. A sus pies, transcurría un pequeño riachuelo de aguas claras y varios caminos se veían aproximarse a ella desde diferentes direcciones.

Dejé a un lado el camino y fui bajando hasta las granjas cercanas por la falda de la montaña. algunas gallinas tranquilas y un par de lugareños que se apresuraban a cargar unos sacos de patatas y coles fue mi recibimiento en el valle. Olía a tierra mojada, se avecinaba tormenta, pero también había otro olor intenso en el aire. Un olor a almizcle, no muy lejos de donde me encontraba. Seguí mi olfato, extrañado. No reconocía el olor. No tuve que andar mucho para localizarlo, aunque, para ser más correctos, él me localizo a mí. Apareció detrás mía. Supongo que llevaba oculto tras una casa un tiempo y que al acercarme salió de su escondite. Era lo único que explicaría no haber visto anteriormente al gigante, que se acercaba demasiado a mi posición, blandiendo el gigantesco fémur de algún animal a modo de maza. Me eché hacia atrás en el momento preciso. Aquel enorme hueso solo me rozó, y viendo el éxito de mi estrategia, seguí alejándome siempre con el gigante a mi frente. Escuche en mi corta retirada el sonido del metal desenvainando y voces. Un guerrero, por su voz supe que se trataba de una mujer, se abalanzaban sobre el gigante, que se encaró hacia ella, olvidándose por completo de mi existencia. Los movimientos de aquel ser, que doblaba mi tamaño holgadamente, eran lentos; Los de la guerrera rápidos, certeros y coordinados. Comprendí, sorprendido, que el gigante estaba sentenciado, solo era cuestión de tiempo. Tome mi arco y comencé a dispararle, sin tener muy claro a quién estaba ayudando realmente. Vi como otras flechas alcanzaban al gigante desde una posición contraria a la mía y, al poco apareció un guerrero con un mandoble que remató lo que la mujer había empezado. Todo acabó muy rápido. Aquella gente se había encarado contra un gigante con temeridad y decisión casi enfermizas. Quizá por ello vencieron de manera tan clara. Envainaron las armas y miraron en mi dirección. Yo me acerqué con paso tranquilo, al igual que el arquero que disparaba desde la otra posición. Se presentó. Su nombre era Aela, una cazadora de cabello rojizo y aspecto fiero, que adornaba su cara con pinturas de guerra y que alternaba piezas de armadura ligera y pesada en su indumentaria. El metal parecía de una calidad excelente. «Creo que podrías ser un buen hermano de escudo» me dijo. Mi cara indico que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando. «¿No eres de aquí, eh? ¿No has oído hablar de Los Compañeros»? También mi cara respondió aquella vez. Los Compañeros, según me indicó Aela, era una orden de guerreros. Aparecían allí donde se les llamaba si la paga era buena. «Mercenarios», pensé, pero me guardé de decirlo en voz alta. Pregunté, más por cortesía que por interés, si había alguna manera de unirse a ellos. Me explicó que no dependía de ella tal decisión, que si realmente estaba interesado, tendría que hablar con un tal Kodlak melena blanca. Parecía que aquel personaje tenía un don para saber, tan solo mirando a los ojos, si alguien tenía o no aptitudes para convertirse en un hermano de escudo. Le indique a Aela que lo pensaría. «Si vas a verle, buena suerte» me espetó, mientras se daba la vuelta y ponía rumbo, junto a sus hermanos, hacia Carrera Blanca. «Allá va una mujer mordaz con la palabra y el arco», pensé.

Recuperé del cuerpo del gigante varias flechas que aún se podían usar de nuevo y bajé hasta el camino. No se en qué momento había comenzado a llover. Sabía que la casa de la Sociedad Geográfica estaba a las afueras, muy cerca de una granja, pasado un puente junto al cual había una destilería. Reconocí el puente a lo lejos y puse rumbo hacia allí. Por el camino, me cruce con varios soldados de ronda y, a pesar de la lluvia, continué parándome a recoger hierbas y flores. Bajo el puente pude encontrar un espécimen de raíz de nirn. No conocía realmente sus propiedades pero sabía que era muy valorada por alquimistas. Tenía pensado aprovechar mi estancia en el norte para estudiar herboristería y alquimia en los ratos en los que pudiese. Hay que tener al menos una afición que nos sirva para calmar la mente en los momentos en que no logramos conciliar el sueño. Yo tenía pensado estudiar, aprender, leer. Me acordé de los libros que llevaba en el hatillo. Comprobé que la lluvia no les hubiese dañado y, aunque más tranquilo al ver que no había de qué preocuparse, aceleré la marcha para evitar disgustos innecesarios.

Me encontré a otro guardia, al que pregunté. Por las indicaciones que fui capaz de darle, me señaló, a no más de cuatrocientos pasos, la única construcción cercana al río de la zona. El resto, las granjas, molinos, casetas y chozas se encontraban en la otra parte del camino, a los pies del promontorio donde estaba situada Carrera Blanca. Thornrock la llamaban. Me pareció curioso que tuviese nombre. «Thornrock», repetí. Ya se divisaba desde donde estábamos, de tejados altos y marcado estilo autóctono. Era grande, y parecía tener junto a ella unos establos o un cobertizo. Agradecí al guardia su amabilidad e indicaciones y di los últimos pasos que me separaban del que sería mi nuevo hogar.

Atravesé el pequeño camino, iluminado por brasas dispuestas cada seis o siete pasos, que conectaba con el camino principal. Su estado exterior era perfecto y su aspecto soberbio. No presté mucha atención a los detalles, estaba nervioso de felicidad. La alegría me embargaba como a un chiquillo. Me senté en una de las piedras que marcaban el camino de entrada, me descalce y retiré el falso vendaje, recuperando la única pertenencia que me quedaba de mi pasado: la llave que abriría la puerta de mi nuevo hogar. La cerradura respondió como esperaba y, un instante después, estaba dentro de Thornrock

jueves, 3 de julio de 2014

Diario de Atris, El Errante. Capítulo I – Entrada III: Cauce Boscoso.




El aire limpio de aquellas tierras volvió a llenar mis pulmones. Inspiré profundamente, cerrando los ojos y levantando la cabeza hacia el cielo. Oí el sonido de las alas sobre nosotros y, por un momento, el pánico se apoderó de mí. Ralof y yo nos agachamos instintivamente, mirando temerosos al cielo. La bestia se alejaba del lugar. Esperamos hasta que su silueta desapareció en el horizonte y, más calmados tras esperar un rato y no ver de nuevos signos de aquel ser, empezamos a caminar por un sendero que parecía culebrear cuesta abajo. Durante el camino, Ralof me comentó que su hermana vivía en Cauce Boscoso, que estaba a muy poco de donde nos encontrábamos y que seguro que nos ayudaría. Conocía la zona, así que le seguí. Me fui parando y recogiendo diferentes hierbas y flores de aquella zona, no todas las veces que hubiese querido, pero no estaba solo y tampoco nos convenía demorarnos cerca de Helgen. Estaba seguro que aquellas plantas me serían pronto de utilidad. Ralof no se molestó por mis paradas y yo lo agradecí en mi interior.

Hizo un alto para señalarme un túmulo, unas antiguas ruinas de aspecto siniestro que se podían ver desde nuestra posición en una montaña no muy lejana, frente a nosotros, cruzando el río que se escuchaba y al que con toda seguridad daba el camino que estábamos siguiendo. No se explicaba cómo su hermana podía vivir tan cerca de un sitio como aquel. Me propuso que le acompañara en los días siguientes a Ventalia y que me uniese a la causa de los capas de la tormenta. Le agradecí la confianza, pero rechacé la invitación, alegando que, aún habiendo visto cómo se comportaba el imperio en aquellas latitudes, otros motivos me habían traído a aquellas tierras y que debía atender primero a estos. No se molestó tampoco por ello, y volví a agradecerlo en mi interior.
El camino comenzó a correr de manera paralela al cauce del río que ya se escuchaba arriba en el camino, quedando las montañas a nuestra derecha. No tuvimos percances en nuestro camino, a excepción de un par de lobos grises, de los que dimos buena cuenta. Antes de que el sol estuviese en lo alto, habíamos llegado a Cauce Boscoso.

El poblado no era grande, estaba guardado por unas pequeñas fortificaciónes en la entrada y la salida del mismo, las casas y edificaciones se disponían al borde del camino y no mucho más allá, pero a pesar de ello, no eché de menos infraestructuras básicas. A primera vista se podían ver y oir sonidos de talleres de cuero, el aserradero, la fragua, hornos, un puñado de pequeños comercios y hasta una posada. Fui tomando nota mental de todo ello mientras nos dirigimos al aserradero. Allí, Gerdur, la hermana de Ralof nos recibió. Ya habían llegado los rumores de la captura de Ulfric. Tras unos instantes de emoción contenida y nervios, llamó con un grito a su marido, que se encontraba trabajando allí también, para que se reuniese con nosotros y nos llevó a una zona, a pocos metros del aserradero pero lo suficientemente retirada como para poder hablar con calma. Ralof contó la historia que yo ya conocía y Gerdur y su marido escucharon con asombro. Ralof se disculpó por traernos hasta allí, estaba exponiendo a su familia, pero Gerdur fue tajante: Nada de disculpas, tanto su hermano como su acompañante, un servidor, éramos bien recibidos. Se giró hacia a mí agradeciendo que hubiese traído a su hermano de una pieza. Quise responder diciendo que más bien había sido al contrario pero me interrumpió dándome la llave de su casa y echando mano de unos sacos que había allí, me ofreció comida bebida y hasta alguna joya por si tenía que venderlas para conseguir algo de dinero. Agradecí el gesto, pero le dije que las joyas estaban mejor con su actual dueña aunque, para no ser descortés tome algunas piezas de comida, así como una botella de aguamiel, otra de vino y varias pociones. Les indiqué a los tres que ese mismo día pondría rumbo a Carrera Blanca, pues tenía que atender a unos asuntos allí. Entonces Gerdur me pidió, si podría avisar al jarl de Carrera Blanca acerca del dragón. Tenía la esperanza que el jarl mandase algunas tropas a la zona, a proteger la aldea. Se lo prometí, así como les prometí que me iría pasando, siempre que me fuera posible por allí, agradeciéndoles el trato y la hospitalidad. Ellos pusieron rumbo a casa de Gerdur y de su marido y yo me quedé sentado un rato, en el mismo tocón en el que se había sentado Ralof para contar nuestras últimas aventuras, dando buena cuenta de un trozo de pan y un trozo de queso de las viandas que Gerdur me acababa de ofrecer. 

Recuperé fuerzas mientras disfrutaba de un momento de apacible tranquilidad e intimidad. Aquel sitio me gustaba, me resultaba tranquilizador el sonido del río que pasaba justo al lado del pueblo, el de la noria del aserradero y el del martillo sobre el yunque... Ese último sonido me hizo recordar que tenía cosas que hacer antes de marcharme. Me dirigí a la fragua mientras me comía una manzana. Tenía piezas de armadura, arcos y otras cosas recuperadas de mi última aventura y necesitaba algo de dinero. Tanto el herrero como yo salimos contentos del negocio. Seguidamente me dirigí al comercio de la villa, situada tan solo a unos pasos. Era un extraño allí, quería hacer tratos con quien regentase el negocio y me pareció que la mejor manera de hacerlo era aparecer con una cálida sonrisa. Tras adecentarme un poco, entré rápidamente, con una sonrisa en la boca. Desde fuera no se escuchaba nada, tal vez por los sonidos del exterior pero, sin quererlo, me encontré siendo testigo de una acalorada discusión. La sonrisa desapareció de mi rostro y puse la típica cara que todos ponemos cuando llegamos a un sitio y nos damos cuenta que hemos llegado en el peor de los momentos posibles. Tardaron un instante en percatarse de mi presencia, y pararon la discusión. Eran hombre y mujer; sus rostros me decían que eran naturales de Cyrodiil, y que eran familiares entre si, hermanos con bastante probabilidad. El se disculpo por la escena. Ella, con cara de pocos amigos, me miró y se retiró del mostrador, yéndose a sentar a una silla dispuesta en medio del establecimiento, junto a una pequeña mesa, junto a una hoguera. Me acerqué al tendero, y de la manera más natural que pude, le pregunté si le interesaban unas capas y otras cosas que estaba interesado en vender. La cosa se calmo al poco tiempo y estuvimos comerciando un rato. Cuando el ambiente me pareció lo suficientemente distendido pregunté, como quien no quiere la cosa, si les había pasado alguna cosa para estar tan alterados a mi llegada. Al parecer, unos ladrones habían entrado, apropiándose en exclusiva de la figurilla de una garra de dragón, tallada en de oro macizo. Me ofrecí por si necesitaban ayuda y, aunque un poco incrédulo al principio, el tendero, de nombre Lucan, me prometió una pingüe recompensa si lograba recuperar la garra. Su hermana rió al escuchar la conversación. Al parecer la discusión había comenzado porque ella pretendía ir a recuperarla, cosa que a su hermano, Lucan, no le hacía la más mínima gracia. Si bien en el norte, en Skyrim, hombres y mujeres son considerados igual de capaces, en Cyrodiil no sucede de tal manera. Los hombres suelen ver con malos ojos que las mujeres tomen roles que se salgan de las labores domésticas. Valerius aceptó a regañadientes la oferta de su hermana de, cuanto menos, guiarme hasta el final de Cauce Boscoso y darme las indicaciones pertinentes para que pudiese dirigirme a Las Cataratas Lúgubres (me pregunté cómo sabía Valerius que los ladrones se dirigían allí). Aquel lugar era el que Ralof me había señalado en nuestro camino matutino a Cauce Boscoso.

Agradecí a Valerius su amabilidad por dejar que su hermana me acompañase hasta el final de la aldea mientras ella salía por la puerta. Una vez fuera del comerció se presentó. Su nombre era Camila y parecía una joven bastante capaz de desenvolverse por sí sola. Pero las tradiciones y costumbres pesan, y la sangre pesa más aún.  No abandonaría a su hermano por este tipo de trifulcas. Me señalo la misma montaña y las mismas ruinas que Ralof me había señalado esa misma mañana y comenzamos a andar hacia el final de la aldea. Camila me indicó que tenía la sospecha que aquella garra era una llave que abría alguna puerta importante dentro de las ruinas, y que los ladrones querrían dar con dicho botín. Pero también me advirtió que era una locura, que no era ni mucho menos tarea fácil adentrarse en catacumbas antiguas, que seres también antiguos las custodiaban. Me pidió que extremara las precauciones. Llegamos a un puente que cruzaba el río y me dio las indicaciones pertinente para llegar al túmulo. Le explique que tardaría unos dos días en comenzar la aventura, que previamente tenía que llegar a mi casa, descansar y aprovisionarme en Carrera Blanca. Asintió comprendiendo y se despidió de mí, bromeando que si tardaba más de la cuenta su hermano saldría a buscarla. Agradecí el gesto de acompañarme y volvió por donde habíamos venido. Me quedé mirando cómo entraba de nuevo en la aldea y, tras ello, encaré el puente. Si lograba recuperar la garra, no solo tendría una buena recompensa, sino que me habría ganado la confianza de los hermanos y podría contarles mi tarea como miembro de la Sociedad Geográfica. Podrían ser uno de los contactos a tener en cuenta. Me preguntaba si los papeles que me acreditaban como miembro de la Sociedad Geográfica habrían llegado ya  a aquella casa que me esperaba a las afueras de Carrera Blanca. Miré al sol y calculé que me quedaban las horas necesarias para llegar a la casa, por fin… Era el momento de cruzar el puente y poner rumbo a mi nuevo hogar.





Agradecimiento y 1ª experiencia eBay



La historia de los hombres
es un instante entre dos pasos de un caminante.

Franz Kafka, nacido el 3 de Julio de 1883.




Llevo desde primeros de año buscando la forma de mejorar el rendimiento de mi máquina.
He de decir que va a hacer 4 años, que en el día a día va como la seda, pero que a veces, cuando he de darle caña al video o grabar algún gameplay veo que se puede mejorar la experiencia.

En un principio comencé mirando tarjetas gráficas. Os puedo asesorar si necesitáis ayuda, porque llevo seis meses casi obsesionado con el tema. El caso es que por mucho conocimiento que tengo ahora mismo de tarjetas gráficas y que ya tengo bastante claro cuál es la que quiero, no tengo presupuesto para ello. De momento.
Por ello comencé a mirarme otras formas de mejorar el rendimiento asequibles a mi actual economía (si, lo se, ese tendría que haber sido el comienzo, pero a estas alturas ya no tiene importancia).

Me quedaba un slot de RAM libre, tenía dinero, sabía que el rendimiento general de la máquina se beneficiaría de ello, incluso en las tareas más duras… What  else?.

Nunca había comprado en eBay, hace cuatro días que me manejaba con la cuenta Paypal y aún me quedaba un poco grande, pero para todo hay una primera vez y me decidí a probar.

No tardé mucho en dar con Abdul y su tienda Home Inspirations dentro de eBay.
Había alguna cosa con respecto al apartado técnico que no me terminaba de quedar clara, así que decidí hacer loo que en bastantes ocasiones hago cuando me encuentro en esa situación: escribir al vendedor y preguntar mis dudas.
A los pocos días Abdul me contestó, me pidio una serie de datos técnicos, número de serie de los slots que ya tenía y el tipo de memoria, se los envié y me envió un correo confirmándome exactamente el producto que necesitaba.
Con dicho correo, aún me quedaba una duda pendiente con respecto a la velocidad de la RAM, volví a preguntarle y volvió a responderme, con seguridad y tranquilidad: el producto que quería era el que ya me había comentado. 
Hice una primera transferencia, de mi banco a mi cuenta Paypal, todo perfecto, pero chicos, si os corre prisa, mi consejo es que tengáis siempre algo de cash en la cuenta Paypal, porque la transferencia del banco a la cuenta Paypal tarda entre una y dos semanas.
Durante ese plazo, mandé un correo a Abdul comentándole que era novato en el tema y que, aunque tardaría, haría la compra.
Finalmente llego el dinero de mi banco a la cuenta Paypal, y compré el producto: 8GB de RAM.
A la semana me llegó, en perfectas condiciones y hoy disfruto de 20GB de RAM en mi ordena. He de decir que he notado ya la mejora. Es de las mejoras más económicas que podréis hacer a vuestras máquinas, así que no me queda otra que recomendar que subáis la cantidad de memoria disponible, porque se nota.

A la hora de grabar juegos he notado un aumento de los fps (aunque hasta que no compre la tarjeta se que no tendré esto tan solucionado como realmente quiero) y en Premiere puedo reproducir ediciones en la linea de tiempo a 720p en tiempo real sin prerenderizar nada cuando antes no lo podía hacer.

El día que tenga la tarjeta si la mejora es directamente proporcional a la que he visto con el aumento de RAM, lloraré de alegría.

Resumiendo. La experiencia de comprar en eBay ha sido muy positiva. Para la próxima trataré de tener ya algo de dinero en la cuenta Paypal para que el trámite sea más rápido que esta primera vez.

Y para Abdul mi agradecimiento por el trato. Me he sentido bien atendido sin verme atosigado en absoluto, ha contestado a mis preguntas, para contestar de la forma más precisa posible me ha pedido más información, y cuando las dudas eran puntuales por mi parte, con tranquilidad y seguridad (y datos, puesto que coincidía que el tiene el mismo modelo de ordenador que yo) me ha ratificado el producto adecuado a mis necesidades.

Gracias Abdul





Buenas Noches a todos, seáis lo que seáis...